Desperté a eso de las 4am. Un bicho pertubó mi sueño. Pasaron los minutos y el insecto desapareció, más mi insomnio permaneció conmigo. No quería admitir que estaba nerviosa, pero el cuerpo habla por sí solo. Días atrás ya mi estómago comenzó a dar señales de ansias. Mi corazón tenía momentos en los que parecía querer correr una carrera, y mi cabeza sufría de periodos nebulosos. Hace rato que un viaje no me daba esta avalancha nerviosa de emociones: revisar el pasaporte, chequear las cosas de la mochila, leer hasta la madrugada cómo vestir, con quién hablar, como actuar. Ir a Marruecos fue como recuperar mi virginidad viajera.
Limpiando baños: el sueño australiano
De rodillas. Fregar aquí. Enjuagar por acá. Raspar el moho de la ducha. Echar el líquido rosado, después el azul, finalizar con el verde. Secar el sudor. Estirar sábana uno, sábana dos, sábana tres. Palmaditas a las almohadas. Correr a la otra habitación. Volver a empezar. Ese, señoras y señores, es un resumen del trabajo que conseguí en esta aventura del sueño australiano.
Cara a cara con Sydney
Pura luz. Igual me tenté y abrí la ventanilla varias veces durante esas 14 horas de viaje. Quedé ciega por varios minutos y además recibí miradas de odio puro de parte de los pasajeros dormilones. Quizás me lo merecía, quizás no, pero no podía evitarlo: frente a mi estaba la pantalla indicando en qué punto de la ruta estábamos y yo no podía dejar de creer que tal vez, con un poco de suerte, iba a poder ver la Antártica.
Pulpo, colinas y sardinas en Lisboa
Día 1. Pulpo. Un pulpo asado, con un toque de aceite de oliva y papas horneadas. Apenas aterrizamos en el aeropuerto con la Cata –partner en crimen– ambas sabíamos que queríamos comer. Y rápido. Pero Lisboa castiga a aquel que apurado llega a sus tierras. Le pone obstáculos. A veces lluvia, filas, pero siempre, siempre pone interminables e empinadas escaleras o subidas. He allí su apodo, lindo en concepto, terrible en la práctica, “la ciudad de las siete colinas”.
Mi bella, loca y estúpida Praga
Estoy aburrida de escuchar “es que es la ciudad más linda de Europa”, “es que acá está la mejor cerveza”, “es que te vas a enamorar de este lugar”, “es patrimonio de la UNESCO”. Parece que todo es lindo, todo es encantador y todo es patrimonio. Y Praga tiene la mitad de la sección en esta librería. Es como ese hombre encantador, sabroso, que ha sido probado una, otra y otra vez. El “viajero” actual trata de huir de este tipo de destinos porque está lleno de “turistas” (como si uno no lo fuera). Persigue esa colina abandonada que no aparece en TripAdvisor, que no tiene souvenirs ni selfie stick. Praga es el némesis de lo exclusivo, único, nuevo.
Y a quién le importa.
A Praga la vería mil veces más.
El que te quiere te aporrea: trabajar en Alemania
Me costó encontrar el título adecuado para este post. Partí con frases tipo: “A golpes se aprende: trabajar en Alemania”, “Una historia de desesperanza: Alemania y el trabajo”, “Working Holiday: tratando de encontrar el Working”. Pero ahora, mientras escribo, siento un brote de esperanza, por ende nació este optimista título.
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Working Holiday Alemania: ¿es para mi?
Alemania. Alemania. Alemania. Repito el nombre de este país en mi cabeza y pienso: “en qué momento me vine para acá”. Y es que nunca estuvo en mis planes; ni siquiera había un bosquejo de el en mi Bucket List. El 2013, cuando vine por un mes a Europa, me lo salté y sin culpas. No es que no me interesara, pero no lo tenía ni en mi mapa, mente o corazón. Perdóname, Alemania.
Entonces, ¿por qué terminé acá?
Un mes en Alemania: lo bueno, lo rico, lo extraño, lo malo
Un mes ya en tierras teutonas. La verdad si me preguntan por un balance, aún no lo tengo muy claro. Un mes es poco. No me siento “como si hubiese encontrado mi lugar”, pero al menos ya dejé de sentir como que cada paso que doy es sobre cáscaras de huevo.
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